El pequeño músculo que Juana tiene en el pecho temblaba desde muy pronto aquel día, mientras se vestía y acicalaba, esperando el autobús, en el autobús, frente al ordenador en el trabajo. Temblaba con fuerza, propiciando un constante estado de euforia y nerviosismo. Sólo porque ese día sabía que le vería. Pero todo para nada, sólo para que Juana se deshiciera hundiéndose en el brillo de sus ojos, cuando se saludaron y sonrieron.