viernes, 30 de julio de 2010

Canícula

Con este sofocante calor es imposible hacer nada. Mi encéfalo es como un helado de chocolate al sol a las tres de la tarde. Mi cerebro, cerebelo y tronco encefálico comienzan a unirse peligrosamente, con riesgo de confundir y entremezclar sus funciones. Las neuronas que componen mi materia gris, se deshacen y mezclan, siendo cada vez más difícil la sinapsis entre ellas. La sustancia gris, donde se encuentra la función intelectual y del razonamiento, apenas se distingue de la sustancia blanca. El cerebelo, que coordina y armoniza mis movimientos, se derrite y funde con el tronco encefálico, entorpeciendo la comunicación con el sistema nervioso, dificultando la respiración y desacelerando mi ritmo cardiaco.

Por tanto, lo mejor para conservar la masa encefálica que me queda es ponerse las flores, meterse en remojo en agua fresquita, y no hacer muchos esfuerzos ni intelectuales ni físicos. Permanecer en  la más imperiosa inactividad y el reposo más absoluto, mecidos por el sopor y modorra estival.

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