Los meses que siguieron al fatal desenlace que le había postrado en la cama del Hospital por unos días, no fueron ni mucho menos un camino de rosas. Durante los 5 ó 6 meses siguientes hizo todo lo posible por volver a conquistarle, por volver a enamorarle.
Aldelgazo, adelgazo muchísimo, pero no le hizo falta ninguna estricta dieta para ello. El disgusto, las noches sin apenas dormir, las vueltas que le daba en su cabeza una y otra vez, el sentimiento de culpa, los tranquilizantes que tomaba, las visitas a la psicologa, las locuras que se le ocurrían para intentar re-enamorar a su marido, el estress, el no entender nada, reinventarse cada día para él, sobre todo para él. Y volvió a fumar. Con todo esto, ¿cómo iba a tener hambre o ganas de darse una buena comilona? Evidentemente el apetito apenas aparecía por su vida, lo justo y necesario. El cóctel circunstancial era inevitable para perder peso.
Cambio de look, se compró ropa nueva y más sexy. Camisas, camisetas, vestidos ajustados y con pronunciado escote, ajustadas y modernas minifaldas para usar con medias de cristal, de las que necesitan llevarse con liguero o sin el, pero medias y no pantys que le resultaban aburridos y sosos. Cuidaba su imagen maquillándose a diario, una vez por semana iba a la peluquería, trantando así de tener un buen reflejo en el espejo, de gustarse, no, de gustarle a él, sólo a él, siempre a él.
Pero nada, a pesar de todos los esfuerzos e intentos de Manuela -incluso tuvieron varios encuentros sexuales mucho más apasionados y tórridos de lo que acostumbraban-, Alfonso siguió firme en su decisión. Se alquiló un estudio y se fue allí a vivir.
Así, después de áquel infernal verano, Manuela también tomó una decisión, que durante los seis meses anteriores jamás pensó que tomaría, jamás creyó que haría. Y su decisión también fue firme, resuelta y osada.
Pasó página, tiró lastre que le entorpecía y empezó una nueva vida. Empezó a quererse a sí misma.
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