Después de pasar dos días con ganas de llorar a todas horas y haciéndolo cuando nadie le veía, sobretodo por las tardes, noches y en la soledad de su cama, el tercero al sonar el despertador lo apagó y se levantó mecánicamente. Se miró al espejo y la imagen reflejada lo único que le provocaba era más pena si cabía y otro mar de lágrimas sin contener. Con los ojos hinchados e inyectados en sangre de tanto llorar se metió en la ducha e intentó calmarse, el agua siempre le tranquilizaba, y empezó a pensar que no podía seguir así, que no tenía motivos suficientes. Todavía con ganas de llorar se fue a trabajar, y cuando volvió a casa las lágrimas volvieron a resbalar por sus mejillas sin ella llamarlas. El cuarto día, se miró en el espejo e intentó buscarse, reconocerse entre esos ojos hinchados, rojos y llorosos y otra vez se planteó seriamente su situación. Se repitió, no había motivos suficientes, no había motivos ni hechos reales, simplemente no había nada. No había sucedido nada que lamentar, no había perdido nada puesto que no lo había tenido. Lloriqueo algo, pero se controló, sólo fueron sollozos. El quinto día se sintió mejor, había dormido casi diez horas y no tenía los ojos tan hinchados, rojos y húmedos como los anteriores días. Después de ducharse y acicalarse tenía buena cara. Se fue de casa un poco más contenta. Y empezó a plantearse la posibilidad de ir a esa fiesta de cumpleaños. Tenía una semana por delante, tiempo sufiente para afrontarlo. Además no había ninguna excusa para no ir. Y realmente quería ir, estar en el cumpleaños de su amiga.
sábado, 31 de julio de 2010
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1 comentario:
Echaba de menos tus ventanas y tus escritos,
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