Lo pasó muy mal cuando su marido después de 25 años de matrimonio, más otros 7 de novios, un día la dejó. Era un domingo y volvían a casa por la noche después de cenar en uno de los lujosos restaurantes a los que acostumbraban ir. No conversaban de nada en concreto, simplemente volvían a casa en el lujoso coche, la última adquisición de su marido, uno de los últimos modelos de la casa Mercedes. Manuela le preguntó:
-Cariño, quieres que vayamos el próximo domingo a comer a casa de la niña?
-No lo sé.
-Viajas el próximo fin de semana?
-No, no lo sé.
-Cariño, estás bien, te noto raro, como ausente?
-No, no estoy bien.
-Cariño, qué te pasa?
-Creo que ya no te quiero.
Manuela notó como se abría el suelo a sus pies de repente y todo cada vez era más y más oscuro. Alfonso seguía hablando, exponiendo sus razones, que si quería hacer muchas cosas que nunca había tenido tiempo de hacer, y que si ella se había dejado mucho y apenas se arreglaba, y muchas más cosas que Manuela oía como quien oye llover, apenas sin gesticular, sin moverse, estaba en estado de shock, estaba en otra dimensión, en otro mundo en el que si se movía lo más mínimo todo se volvía negro.
Llegaron a casa, no volvió hablar en todo el camino, no dijo nada, no le replicó ni reprochó nada, salió del coche con la mirada perdida, entró directamente en su habitación, pasó al baño de la habitación, abrió la puerta del armarito donde guardaba el botiquín y medicamentos varios, y se tomó todas las pastillas de trankimacín que quedaban. Volvió a su cuarto y tumbo sobre la cama sin siquiera desnudarse o desvestirse, con los tacones, gafas, abrigo, bolso y todos los complementos que llevaba.
Cuando despertó estaba en la cama de un hospital, rodeada de sus tres hijas y el todavía su marido.