Nunca imaginé que me afectaría tanto, la verdad es que nunca pensé que nos despediríamos de ti. Sabía que tarde o temprano ocurriría, pues estas cosas pasan, es ley de vida, pero no pensé que dolería tanto, y nunca pude imaginar como sería. Cuando oyes que alguien lo ha pasado muy mal porque su mascota, su perro, su gato ha muerto, parece exagerado, pero no, se siente de verdad.
Hace más de quince, 15, años que eres uno más de la familia, porque eras uno más. Antes que nacieras mis hermanos acudían todos los días a casa de Marina, la dueña de tu mamá, para ver si habías nacido. Cuando por fin naciste, mis hermanos que entonces eran unos críos, te eligieron entre todos los negros por tener las patitas blancas, y una pequeña mancha también blanca en el lomo. Como era verano íbamos casi todos los días a verte. Cuando te trajeron a casa eran las fiestas del pueblo, y no parabas de extrañar y llorar, y yo que entonces estaba en mis más loca adolescencia me quedé contigo toda la noche, consolándote, protegiéndote, arrullándote. No querías dormir en la cesta que te preparó mamá en la terraza de la cocina, y siempre alguno te abría la puerta para que dejaras de llorar, hasta que al final acabaste durmiendo debajo de la cama de papá y mamá. Aprendiste a darnos la patita cuando te lo pedíamos, a ser un pesado y no dejarnos comer pidiéndonos comida de la nuestra hasta la extenuación. Te escapaste unas cuantas veces y siempre te encontramos, en el pueblo cuando veías la puerta abierta salias corriendo, pero volvías te ponías a ladrar delante de la puerta hasta que te abríamos. Cuando yo volví de mi erasmus lo celebraste con grandes saltos, ladridos, alaridos, brincando entre mi maleta y la ropa, nunca nadie se alegró tanto de verme. Me hiciste compañía cuando me quitaron las muelas del juicio, cuando me veías llorar por mal de amores venías a consolarme. Te peleaste con perros más grandes, siempre más grandes que tú, hasta que te hicieron daño de verdad, te pusiste malito, pasaste varias enfermedades, pero esta vez tu corazoncito no aguantó, eran muchos años ya, aunque de aspecto no parecieras tan mayor, el pelo te brillaba mucho ultimamente y te crecía en aquellas partes donde ya lo habías perdido.
Pensamos que saldrías como otras veces, que lo ibas a superar, incluso yo te vi muy bien ayer cuando te fuimos a buscar. Pero no, hoy otra vez te costaba respirar y te llevaron al veterinario y unas horas más tarde llamaron a mi hermano para darle la noticia. Todos lloramos, papá, mamá y todos mis hermanos. Por la tarde fuimos a despedirnos de ti, parecías dormidito, tan bonito como siempre, mi hermano pequeño y yo nos quedamos contigo acariciándote, observándote, tocándote por última vez, intentando memorizar cada parte de tu cuerpecito. Aunque será muy difícil olvidarte, tenemos muchos recuerdos contigo, has pasado casi media vida mía con nosotros, sabes que tienes tu sitio en nuestra familia, y te vamos a echar mucho de menos. Ya te estamos echando de menos.
Estas son las últimas fotos que tengo contigo, son de este verano, ojalá tuviera alguna de este otoño, pero al menos me alegro de haber estado estos últimos días en casa.
Hace más de quince, 15, años que eres uno más de la familia, porque eras uno más. Antes que nacieras mis hermanos acudían todos los días a casa de Marina, la dueña de tu mamá, para ver si habías nacido. Cuando por fin naciste, mis hermanos que entonces eran unos críos, te eligieron entre todos los negros por tener las patitas blancas, y una pequeña mancha también blanca en el lomo. Como era verano íbamos casi todos los días a verte. Cuando te trajeron a casa eran las fiestas del pueblo, y no parabas de extrañar y llorar, y yo que entonces estaba en mis más loca adolescencia me quedé contigo toda la noche, consolándote, protegiéndote, arrullándote. No querías dormir en la cesta que te preparó mamá en la terraza de la cocina, y siempre alguno te abría la puerta para que dejaras de llorar, hasta que al final acabaste durmiendo debajo de la cama de papá y mamá. Aprendiste a darnos la patita cuando te lo pedíamos, a ser un pesado y no dejarnos comer pidiéndonos comida de la nuestra hasta la extenuación. Te escapaste unas cuantas veces y siempre te encontramos, en el pueblo cuando veías la puerta abierta salias corriendo, pero volvías te ponías a ladrar delante de la puerta hasta que te abríamos. Cuando yo volví de mi erasmus lo celebraste con grandes saltos, ladridos, alaridos, brincando entre mi maleta y la ropa, nunca nadie se alegró tanto de verme. Me hiciste compañía cuando me quitaron las muelas del juicio, cuando me veías llorar por mal de amores venías a consolarme. Te peleaste con perros más grandes, siempre más grandes que tú, hasta que te hicieron daño de verdad, te pusiste malito, pasaste varias enfermedades, pero esta vez tu corazoncito no aguantó, eran muchos años ya, aunque de aspecto no parecieras tan mayor, el pelo te brillaba mucho ultimamente y te crecía en aquellas partes donde ya lo habías perdido.
Pensamos que saldrías como otras veces, que lo ibas a superar, incluso yo te vi muy bien ayer cuando te fuimos a buscar. Pero no, hoy otra vez te costaba respirar y te llevaron al veterinario y unas horas más tarde llamaron a mi hermano para darle la noticia. Todos lloramos, papá, mamá y todos mis hermanos. Por la tarde fuimos a despedirnos de ti, parecías dormidito, tan bonito como siempre, mi hermano pequeño y yo nos quedamos contigo acariciándote, observándote, tocándote por última vez, intentando memorizar cada parte de tu cuerpecito. Aunque será muy difícil olvidarte, tenemos muchos recuerdos contigo, has pasado casi media vida mía con nosotros, sabes que tienes tu sitio en nuestra familia, y te vamos a echar mucho de menos. Ya te estamos echando de menos.
Estas son las últimas fotos que tengo contigo, son de este verano, ojalá tuviera alguna de este otoño, pero al menos me alegro de haber estado estos últimos días en casa.