viernes, 20 de noviembre de 2009

Juana*

Consiguió colarse en una de las charlas que él suele impartir. Se mezcló entre el barullo y tumulto de la gente, tras el pequeño descanso que habían tenido, y se situó en las últimas filas, ni demasiado cerca para ser vista, ni demasiado lejos para no ver nada. No es que no tuviera interés en el tema a exponer ese día, lo que realmente le interesaba era quién presentaba, quién explicaba ese día y a esa hora.

Desde el momento que él cruzó el umbral de la puerta, Juana ya no veía nada más, y no le quitó ojo en toda la hora y media que tenía asignada. Pudo observarle detenidamente, tranquilamente, pausadamente, sin ningún temor, sin ninguna vergüenza, recreándose con su imagen, deleitándose con su voz, su expresiones orales y corporales. Observó que para la ocasión se había afeitado, llevaba una camisa que le daba un toque más formal de lo habitual, pequeños detalles que a Juana no le pasaban inadvertidos, y le hacían derretirse aún más por dentro. Se sentía como en aquella película de Indiana Jones, en que las alumnas se dibujaban unos corazones y la palabra LOVE en los párpados, con la diferencia que ella no estaba en una película y no era su alumna. Quería parar el tiempo y quedarse así siempre escuchándole, observándole, su nariz, sus labios, sus ojos, su pelo, sus expresiones, su perfecto acento inglés.

Pero terminó, se despidió y se fue.

Juana está coladita por sus huesos, es una evidencia, se volvió a confirmar a sí misma.