Soy muy golosa, siempre lo he sido. Tenía unos doce años y mi madre me mandó al mercado no recuerdo a comprar qué. Como me sobraba algo de dinero, al pasar por el puesto del pan, bollería y otros dulces, me paré frente al mostrador y buscando que dulce o bollo (con chocolate) llevarme a la boca, le pregunté alegremente a la señorita que allí atendía:
-¿Perdona, tienes cuernos?
-¡Puess no lo sé, pero espero que no!.
Yo no me había dado cuenta de la connotación que tenía mi pregunta, claro, hasta que ella me respondió aquello con cierta sorna. Sentí tal vergüenza y humillación que ya no oía lo que me decía. La simpática dependienta al ver como había cambiado mi expresión y me habían subido los colores como sube el mercurio a cuarenta grados, me dijo que me había gastado una broma y que sí tenían bollos rellenos de chocolate. Le pagué y me fui de allí prácticamente corriendo, me senté en un banco del parque vecino con mi cuerno de chocolate, y me lo comí con tal ansiedad que parecía que hubiera cometido un delito y quisiera borrar rápidamente las huellas del crimen.
-¿Perdona, tienes cuernos?
-¡Puess no lo sé, pero espero que no!.
Yo no me había dado cuenta de la connotación que tenía mi pregunta, claro, hasta que ella me respondió aquello con cierta sorna. Sentí tal vergüenza y humillación que ya no oía lo que me decía. La simpática dependienta al ver como había cambiado mi expresión y me habían subido los colores como sube el mercurio a cuarenta grados, me dijo que me había gastado una broma y que sí tenían bollos rellenos de chocolate. Le pagué y me fui de allí prácticamente corriendo, me senté en un banco del parque vecino con mi cuerno de chocolate, y me lo comí con tal ansiedad que parecía que hubiera cometido un delito y quisiera borrar rápidamente las huellas del crimen.
1 comentario:
¡Qué buena la anécdota!
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