martes, 29 de septiembre de 2009

Julia****

Volvió a casa. Subió los 5 pisos por las bonitas escaleras de madera con barandilla de forja. A ella no le importaba no tener ascensor (salvo cuando venía muy cargada de la compra o cansada de un largo viaje). Entro en su casa, se descalzó, se cambió de ropa, se puso cómoda con unos leggins viejos y una camiseta grande, abrió la nevera y cogió la tarrina de helado de un litro, de Carte D'OR de chocolate con pepitas de chocolate (chocolatazo!) que había comprado el día anterior. Se metió en el sofá frente al televisor mientras pensaba que era una chocolateadicta y una teleadicta. No le importaba, o eso pensaba en ese momento. No le importaba estar sola en casa, con su helado y su tele estaba feliz, o tal vez no.

De repente pensó en él, el único el inigualable, el inalcanzable, el hombre por el que suspiraba, el hombre con el que soñaba despierta, y dormida. Y se enfadó, de repente se enfado, se enfadó mucho con ella misma. Se enfadó por pensarle, por soñarle. Recordó el breve encuentro en el ascensor aquella tarde, cuando salían de trabajar. La sonrisa, el discreto saludo. Como siempre. Pero nada más. Se sentía cansada, cansada de soñar, de esperar, de esperar para nada, de esperar nada. Pensó en los 4 años que llevaba trabajando en aquella empresa, en los 4 años que él no mostró más que correcta amabilidad cuando coincidían, no le mostró más interés que cualquier otro compañero de trabajo, y ella coladita por él, pensando que era el hombre de su vida, pero que él todavía no se había dado cuenta, tonta, se decía. Buscando cualquier escusa tonta para pasar frente a él.

-Pero hasta aquí hemos llegado, se dijo mientas no paraba de comer helado. Sí en 4 años no pasó nunca nada más que lo correctamente "normal", sí en este tiempo no ha pasado nada extraordinario por qué pasaría ahora, o dentro de unos días, o unas semanas, o unos meses? No. Hasta aquí hemos llegado!!! Se acabó!!, gritó en alto un poco embriagada y envalentonada por el helado de chocolate. Se juró y perjuró que no volvería a pensar en él, a soñar con él, que no volvería hacer ninguna tontería por intentar verle, que no inventaría conversaciones ridículas que nunca sucedían ni sucederían.

Dejó un poquito del helado de chocolate, casi lo acaba, pero su conciencia no se lo permitió, al menos dejar un poquito y verlo al día siguiente le haría sentir mejor. Se preparó un té, y buscó una peli en su ordenador. Después de ver Cosas que nunca te dije, de Isabel Coixet, se fue a dormir, segura de sí misma y de sus nuevos pensamientos.

O tal vez no.